martes, 13 de marzo de 2012

Juegos

Recuerdo el Bucare que abría el parque de la esquina de la calle Perú en Catia. Todo el año frondoso y floreado de naranja intenso alfombrando justo debajo de los columpios.

Cada tarde mi abuela Dora me llevaba a soñar en el subibaja, el tobogán, el pasamanos. Allí eran siempre diferentes las aventuras.  El ritual comenzaba con el subir y bajar constante en ese artefacto rudimentario amarillo de asientos rojos. Si no encontraba compañía, ella misma se balanceaba conmigo.

De cara al sol  iniciaba el relato, casi siempre de su infancia. Mis historias favoritas tenían que ver con aquellos espíritus que rodeaban el río que quedaba cerca de la casa donde ella vivía en Guanare. Yo imaginaba aquella densa ribera de grandes árboles, tan altos, tan llenos de ramas y de monos, ardillas y aves y culebras.

Asustada, caminando rápido entre el monte, más alto que su propia mirada, corría para llegar a ese tronco que servía de trampolín hacia el río. Y así mismo, con su vestidito de un amarillo gastado, se lanzaba encogiendo sus piernas en el aire y apretando duro su nariz con los dedos índice y pulgar. La corriente de ese río se interrumpía ante cada salto. Luego de varias rondas de brinco  y agua, mirar el cielo sobre la gran peña para secarse sería necesario.

En ese instante era cuando la brisa llanera traía a esas almas en pena, que según los campesinos, solían visitar la orilla de la corriente. También se turnaban diariamente. Con una organización perfectamente tenebrosa, asistían a la cita, el carretón, la llorona, el campesino sin cabeza, el jinete de negro. Siempre era igual, la bienvenida estaba presidida de un intenso viento que tumbaba ramas y las hojas secas bailaban en remolino. Luego la calma.

Allí en ese sospechoso silencio, comenzaba el lloriqueo teatral de la mujer que había ahogado a sus tres hijos en un río por no soportar el desamor. Gigante, con una luz cenital seguidora, la llorona flotaba inmortal.  

Vamos a los columpios. Vuela, vuela mariposaaaa. Canción que era el impulso hacia el cielo. Más abuelaaaa, más. Tratando de tocar ese azul, un día aterricé sobre el manto de flores y piedritas. Decidí quedarme allí tirada contando pétalos y cachitos de Bucare hasta que se me pasara el dolor y la vergüenza de las rodillas ensangrentadas.

Era viernes santo, la mamá Crucita y el hermano mayor, Segundo, prepararon un sancocho de pescado de agua dulce en las brasas, entre arbustos achaparrados,  garzas rojas de testigo y reboloteo azul y amarillo tostado de guacamayas.

Saltando de una piedra a otra se alejó tanto de la olla de sopa y del fuego que agotada se escondió entre pastizales, en un juego imaginario del escondite, pretendiendo que la encontraran. Cerró fuerte los ojos al escuchar tan cerca, casi rozando su piel, el crujido de viejas ruedas de madera, ese sonido de cascos de caballo al galope. Hasta comenzó a respirar ese polvo del camino, cuando en realidad no era tiempo de sequía.

 Le latía muy fuerte el corazón, le sudaban las manos ya a estas alturas tapando como antifaz su mirada. El carretero, tenía que ser el carretero. Contaba Crucita que era un hombre que se robó un toro y lo metió en su carreta. Era tan brioso, que al sentir el peso del yugo en el cogote, empezó a rebelarse y empujó la dirección del vehículo directo hasta la poza.  Se sumergió el hombre junto con los bueyes, el potrillo y el toro. Cada viernes santo se oye el grito desgarrador del carretero que seguro se había quedado pegado en el fango aquel día del toro despojado.

Pasaron minutos como horas y se fue el espanto. Ni Segundo, ni Crucita la extrañaron demasiado.

Yo no era muy hábil para el pasamanos o para trepar árboles y lanzarme desde las ramas. Las vueltas de la rueda loca o del tobogán más alto y vertical, me generaban un sustico raro. Pero me tiraba con la certeza de que abajo estarían las manos arrugaditas de mi abuela.

Esta es una historia feliz

Un pececito y una motica se encontraron luego de un largo viaje por el agua.
Pecito era largo, gordito  y tenía una hermosa cola de colores. Motica, blanquita y coqueta, esperaba risueña a Pecito sentadita en su banco volador, mientras él nadaba río arriba o río abajo.
A veces llegaba muy cansado, pero Pecito siempre encontraba a Motica muy bella y cariñosa y con alguna historia para contarle.
Motica un día le habló de unos humanos amorosos que deseaban tener una hija y que habían esperado 15 años para que ella llegara a sus vidas.
Al fin, después de mucho amor, comprensión y alegría de vivir, estos humanos amorosos, recibieron la gran noticia. Pronto llegaría a sus vidas una hermosa niña.
Una motica blanquita y coqueta se había unido en  un fuerte abrazo a un pececito largo, gordito con una hermosa cola de colores, y juntos habían creado las células de una hermosa niña que creció en el hogar de estos humanos amorosos.
A Motica y Pecito les encanta esta historia feliz, por eso, cada vez que llegan visitantes al banco volador, ellos les narran el viaje por el agua que hizo posible el nacimiento de esta hermosa niña, Valeria Carolina, la misma que ahora escucha el cuento de esta historia feliz.

Para Valeria Carolina

Decidí comenzar este diario para mi hija Valeria Carolina. Ella ahora duerme dulce, apacible, serenamente hermosa. Pronto cumplirá seis meses de maravillosa vida. En estas líneas quiero contarle cada sueño, cada suspiro, cada susto y esperanza que su vida nos ha significado. No quisiera olvidar en el tiempo u omitir algún importante detalle que enriquezca su vida en el futuro y le permita, espero, gozar estas letras.
Su llegada a nuestras vidas no fue tarea sencilla. Está aquí luego de varios intentos, muchos deseos, Dios y la ciencia de por medio, pero sobre todo, por el amor que desde antes de nacer, ya le teníamos y le tenemos.
Varias operaciones quirúrgicas, tratamientos de fertilidad y la voluntad de seguir adelante dieron como resultado que hoy en día tengamos a una niña sana, bella y que crece día a día en sonrisas, alegrías y sueños. Muchas veces llegué a pensar que esto de la maternidad no era para mí y que me tendría que conformar. Otras tantas me decía, para algo está la ciencia de la reproducción asistida.
Ya contaré con detalle el camino hacia la fertilidad. Pero hoy quiero agradecer a la vida este milagro y pedir a Dios, a los dioses, a las fuerzas del cosmos y la naturaleza, larga y sana vida, inteligencia, paciencia, amor y sabiduría para regalársela a mi Valeria.
Es mi deseo compartir con quienes tengan la gentileza de leernos, las experiencias logradas en este tránsito hacia la maternidad, lo que vaya descubriendo acerca de la educación, crianza y creación de esta pequeña niña. Me encantaría también conocer sus anécdotas, cuentos, sueños, angustias, remedios, consejos, tips, métodos, todo cuanto quieran publicar.

Caricias de manitos

Para completar la dicha familiar, mi hermana Karla también nos regaló a Eduardo. Mi sobrino nació el 3 de agosto de 2011 en Madrid y ya tiene 8 meses. Compartimos de manera virtual nuestros embarazos. Desde los antojos, las náuseas y mareos, hasta los tratamientos, consultas médicas y, por supuesto, el alumbramiento. Ambas soñamos con el encuentro de nuestros hijos, los abrazos y caricias de esas manitas. Espero que sea pronto.
Valerio, mi esposo, compañero, amigo y socio de la vida, ha sido el amor y ahora el padre. Juntos somos para Valeria Carolina.
Familia y amigos no paramos de celebrar su llegada. Así que en esta fiesta maravillosa, tienen ustedes su invitación.


 
Eco de Valeria, latidos como tamborcitos alegres de corazón.